Cielo roto
Raimond Chaves
Cali, ago. - sep. 2017
A principio de año el cielo se llenó de agua caliente y acabó por romperse, llegaron los aluviones, las avalanchas y las inundaciones. Al atardecer el cielo en la costa brillaba tan raro como si en el aire flotaran, a la luz del sol de poniente, millones de diminutos cristales. Pasaban los días y los puentes caían, las quebradas y las barrancas rugían y los vivos y los muertos, tan campantes, iban y venían caminando sobre las aguas.
A continuación, una vez se acabó esa racha volvieron los incendios pues esta ciudad se está quemando todo el tiempo. Arden cines, restaurantes, depósitos, basurales, fábricas, edificios y galpones. Esta vez el humo y las llamas se acabaron comiendo el brillo del cielo y a vivos y a muertos les tocó desvanecerse en el aire y escurrirse por entre el cielo roto.
Los incendios permitieron caer en cuenta de que esta urbe de todos contra todos es en realidad una ciudad de esclavos y el escenario de una renovada y continua lucha de clases. La violencia la ejercen avezados de cualquier estrato valiéndose de todo tipo de artimañas; mientras la mayoría, no hace otra cosa que aplicársela contra sí misma.
Está claro que una ciudad sin cielo y perpetuamente en ascuas, donde se trabaja bajo llave y se orina en botellines es una ciudad donde no hay justicia. Una conurbación de lágrimas sucias. Una forma sin forma.
Al sur de la ciudad vive el artista, en el último barrio; en una curva en la ladera de un cerro de polvo frente al mar. Si nuestra vista pudiera atravesar los muros veríamos que dibuja sobre una mesa de madera. Una de pino blanco, de tamaño medio, de patas gruesas y cuadradas y con travesaños por los cuatro lados.
Dibujar sobre papel en una mesa de madera hace que el lápiz se hunda en la hoja, y que ésta se acomode a las vetas, como quien camina pesadamente por los surcos de un campo de labranza. El grafito, mudo, avanza por el papel que engorda al ir absorbiendo el desgaste. Una labor silenciosa, en la que toda fricción queda amortiguada. Es por todo ello que el artista resolvió comprar un vidrio con el que cubrirla para proteger su superficie y a la vez trabajar de otra manera.
Dibujar en el papel sobre vidrio es diferente. Si al empezar no se tiene claro lo que hay que hacer, el grafito resbala sobre la hoja. Como quien se pone a patinar sin saber cómo. Entonces se avanza al garete, se tira líneas sin orden ni sentido, se borronea aquí y allá para dejar informe todo aquello que apuntaba a ser algo reconocible. Dibujar así no suele deparar gran cosa, pero cada tanto se da el milagro de quedar a merced de lo trazado y uno queda boquiabierto ante algo extraño. No es tan fácil ese dejarse llevar para hacer algo de la nada y que en caso extremo permite construir nada de la nada. Un dibujar sin política, economía del arte en estado puro.
Sin embargo, a poco que uno tenga un objetivo, así no sepa cómo lograrlo, resulta que dibujar no es una tarea fácil. Con vidrio de por medio, el lápiz percute, el papel no absorbe sino que contrapuntea y aquello que debe ser dibujado perentoriamente: cielos rotos, incendios, violencia, lucha de clases y debilidades propias, bota y rebota resistiendo a ser representado. Miserias e injusticias que no hay forma de aprehender. Así sucede cuando los asuntos del mundo te increpan y dibujar es como intentar avanzar esquivando pedradas.
Resbalar y percutir es al final una mezcla explosiva y vendría a resumir nuestro contradictorio estar en el mundo. Nos dejamos llevar, y a poco que opongamos resistencia no hay otra que ir enfrentando violencia.
El artista de esta muestra ya hace tiempo que no hace lo que quiere, sino que, un poco como todos, intenta lo que buenamente puede.
Billy Murcia
Lima, en julio de 2017
Exposición
Cielo roto
Fechas
Agosto 17 – Septiembre 29, 2017
Lugar
(bis) | oficina de proyectos
Calle 23 Norte 6AN-17, oficina 412
Cali, Colombia