Hermoso horror
Paulo Licona
Cali, mar. - abr. 2017
«Guayakill city gonna kill you baby».
«Estamos al borde del desastre sin poder ubicarlo en el porvenir: más bien es siempre pasado y, no obstante, estamos al borde o bajo la amenaza, formulaciones éstas que implicarían el porvenir si el desastre no fuese lo que no viene, lo que detuvo cualquier venida».
Maurice Blanchot
«Hay algo de malo y de egoísta y de cobarde en el goce artístico. Existen épocas en las que se puede tener vergüenza de él, como de hacer festejos en plena peste».
Émmanuel Lévinas
lógicas alienígenas correspondiendo a un particularísimo concepto de justicia. llegaron con la intención de revolcar la casa; radiantes, inmersos en esa alegría que evidencia sin resquemores su carácter destructivo. retomaron nuestras tácticas y empezaron a canibalizar, a canibanalizar. el hombre maduro, el que ha de nacer en el nuevo tiempo —decían— debe restar importancia a los sucesos del mundo, debe sustraerse a la pesadumbre de la corporalidad y, tras esta resta, adicionar lo ganado al terreno indeterminable del espíritu. lo primero, seducir el hado interior a través de los sentidos: las diferentes sensaciones de contento o disgusto obedecen menos a la condición de las cosas externas que las suscitan que a la sensibilidad peculiar de cada hombre para ser grata e ingratamente impresionado por ellas, repetían cual si fueran el kant mismísimo, para acto seguido rematar la frase en puro trance de racionalidad visceral, de visceralidad razonada: de ahí proviene que algunos sientan placer con lo que a otros produce asco; de ahí la enamorada pasión, que es a menudo para los demás un enigma, y la viva repugnancia sentida por éste hacia lo que para aquél es por completo indiferente. la vista de un libro encontrado, el pequeño manual de guzmán, luna y fals intitulado la violencia en colombia dio la pauta a reproducir, a recrear, a exacerbar en el deleite propio del impropio apocalipsis. apocalipsis sustentado en la negatividad misma de esta sucesión kantiana: hasta los vicios y defectos morales contienen a veces en sí algunos rasgos de lo sublime o de lo bello; por lo menos así aparecen a nuestro sentimiento sensible, prescindiendo del juicio que puedan merecer a los ojos de la razón. validados así, ya que el vengar una gran ofensa de un modo claro y atrevido tiene en sí algo de grande, y por ilícito que pueda ser, produce al ser referido una emoción al mismo tiempo terrorífica y placentera, cortaban gargantas de andio, extraían las lenguas exhibidas a modo de corbata, delineaban a cuchillo un falso cuello tan falso como los puños; y los bolsillos: el derecho, guardando un papel con la falsa pero sugestiva sentencia inscrita: por cachiporro, sin cabeza y sin gorro; pájaro chulavita, sin ti la vida es bonita, ó paraco uribeño y caco; quieto traqueto que susto te meto; los sapos mueren aplastados, los informantes delatados; por una nueva colombia agc; antes de aflojar la lengua mejor échele cabeza, att: motosierra, y así, para cualquiera de los casos había un slogan propicio, o más que slogan, un nombre, un mote, una categorización que incluía a cada nuevo producto en una casilla, escuela o academia perfectamente determinable, tan determinable como el genio de los autores, reconocibles y reconocidos en virtud de su estilo, de la firma plasmada a punta de cuchillo, chaveta, champeta y black&decker. era este el despilfarro, el esplendor, la particularidad de nuestro arte carnivalesco, la belleza exacerbada por estos artistas del retorno edénico. el izquierdo (el bolsillo izquierdo, digo), más que bolsillo, agujero para no perder de vista el corazón inerte y no por ello menos colorido que esos mangos insípidos vendidos antaño por los desplazados en la carrera séptima de bogotá. botones y costuras reconstituidos a flor de piel, a punta de bala y gillette: ese muñeco quedó elegante, diría con razón el artista. mujeres preñadas, vientre abierto, vísceras y bebés exhibidos: el espacio que las tripas de ella llenaba era ahora receptáculo de pajonales, especies de nidos en que descansaba el cadáver de natalicio anticipado; era maría su propio pesebre cuando le iba bien, caso muy otro cuando tácticas de vanguardia surrealista eran aplicadas y esta maría perdía su cría para ganar el cadáver de una gallina a cambio, corte de gallo, parece llamarse esta técnica decorativa. a los flacos y a los muy obesos la rutina de la cola-bolín: piedras redondas, medio kilo o dos libras, martillo y cincel para empujar las esferas líticas de boca a garganta a esófago a estómago que se iba llenando de la escultórica materia, deformándose en el margen de operatividad que la flexibilidad cutánea hospeda, dando pie a la boterización de las figuras, redondeándolas con el encanto de tan consistentes tumescencias, haciendo aparecer el humano empaque tal cual se representaría un bodegón de canasta con pirámide de naranjas o uno de esos otros cuadritos de mierda con mofletudencias pobres y de una pequeñoburguesa (aunque más bien architraqueta) pseudo influencia quatrocentista donde se veían escenas de masacre y anquilosados guerrilleritos profesionalizados en el ejercicio del lobby y sus adyacentes carreras, tan museificables como la toalla amarilla del guerrillero más viejo del mundo a la que ciertas divas de la industria cultural le echaron todo el ojo y toda la cabeza del mundo, cual fetichista que colecciona calzones usados de estrella de cine muerta, toda la cabeza que, dicho sea de paso, le falta a la estatua de josé ignacio de márquez hospedada en uno de los jardines del museo nacional. habría que echarle cabeza a la naturaleza de las condiciones por las cuales la traza de la masacre y la decapitación puede constituirse en ente museificable, habría que asumir a fondo el que la palabra museo esté estrechamente relacionada con mausoleo, y preguntarse si es en virtud de la belleza que el museo de la televisión presenta el momento de la explosión del collar bomba que vuela la cabeza de la señora zipaquireña de cuyo nombre no me acuerdo (¿elvia?) porque el espectáculo mediático no dio para la conmemoración, caso muy distinto al de, por ejemplo, los protagonistas de novela, jaider jimena daniel y carolina, quienes con el brutalismo de su frivolidad ya no se irán de mi impropia dimensión fantasmática, de mi triste museo imaginario. habría, en todo caso, que preguntarse por la absorción de los rituales decapitatorios en el terreno del valor exhibitivo: la cabeza convertida en máscara, la mueca, la pose, la postura callada y el descosimiento; la imagen emerge allí, desprendida del objeto, en el entremundo de una fabulación bella en tanto siniestra. el corte de mica, ejercicio repetido y paradigma de la decapitación pone la cabeza de la víctima entre sus manos, generalmente a la altura del vientre, repitiendo el motivo de la famosísima estatuilla tumaco que se exhibe también en el museo nacional de colombia. el ritual decapitatorio serializado no sólo involucraría el desarrollo de una contabilidad de las víctimas —recordemos las recuas de mulas cargadas con costales repletos de testas con las que los pájaros se presentaban en las casas de sus dignatarios partidistas para cobrar, no sé si por unidad o por arroba— sino que estaría generando un campo expandido para múltiples acechos identificatorios, en los que la ausencia de la cabeza se traduciría como síntoma, en el espectador, de la necesidad de otorgar al despojo un nuevo rostro traído de la propia fábula de construcción identitaria. pero cambiando el riel de la estetización, habría que abordar el problema desde la perspectiva del gusto, no sólo preguntándose si es de buen o mal gusto la alimentación telemediática de la relación fetichista entre televidentes y cadáveres, sino más bien insertando otra nueva fábula alienígena que habrá de ejemplificar lo orgánico y lo corporal que se jugará en este chance: digamos que nuestros extraterrestres intuyen el problema del gusto desde una perspectiva orgánica, yendo de lo objetual a lo inmaterial, para lo que idean un juego gastronómico en el que el ano de los participantes se cose con agujas y nylon para enseguidilla ofrecer gran banquete al recién sellado, al culeado —en tanto embolsillado (culo viene del latín culus y del latín koleión, esto es, ‘vaina’ o ‘vagina’, pero se acerca a culleus: el saco en que se cosía y ahogaba al parricida, según nos informa un texto del profesor bruno mazzoldi)— comensal, tan sabroso festín que no se pudiera parar de mordisquear, de sorber, de chupar, de lamer, de chasquear, de eructar, y tanto iba el cántaro al muslito, al paté, a los flanes y potajes, que terminaba el invitado a cenar en reventona (aunque algunas veces, ante la resistencia del tragaldabas a estallar, se precisaba la ayuda del querido público que, desde la obscena, con bates, palos y alegría, y mientras sonaban los acordes dulces de aquella famosa estrofa de los pico pico —mamita, mamita, yo voy a llorar, si no me das un palo para romper la piñata; mamita, mamita, véndame los ojos, que yo quiero ser quien rompa la piñata…— se daba a la tarea, difícil pero gratificante, de volver puré, o menos aún, a quien tan abusiva laxitud mostraba hacia la amabilidad de sus anfitriones); era este de los espectáculos preferidos por las multitudes, se llamaba la última cena, y admitía un sinnúmero de variaciones, menos amables aunque más íntimas, en las que, por ejemplo, se precisaba el lento consumo del comensal por su propia boca, diente inútil sobre el tiempo inútil, nos diría lezama lima. esta especie de fagocitosis era estimulada en el comensal por la expectativa de liberación de sus esposas o hijas pequeñas, a las que los organizadores del juego ataban para, con calma, multiplicar alrededor la presencia de jugosas vergas anhelantes de carne fresca. a las madres les era sugerido el comer a sus hijos aún no nacidos mientras el vientre recién abierto seguía ostentando el cordón con que se unen alimento y alimentada en un grácil feedback, sueño escheriano de la révenance. los gemelos que se van comiendo uno al otro, otro giro más en mi especulación, —como en un post-scriptum de casa de campo, la hermosa novela de josé donoso— configuran múltiples metáforas en torno a la reflexión del comerse como el cuestionar la unidad y la postura en cuestión del comensalato y de la propiedad del alimento ¿me como a mí mismo, o, lo que es igual, a mi hermano? la estética, según se puede percibir de tan revulsivas prácticas, no sería más que el ejercicio continuado en espirales de barroquismo señorial alrededor de la fascinación de la representación ideal de nuestro estado abyecto, pues no es más que la confraternidad de la abyección del verdugo y la víctima la que se estaría poniendo reiteradamente en escena en luneta y en trastienda, abigarrada catedral del asco resplandeciente en la que transfiguramos sensibilidad en coliflor para mutarlo luego en culo de rinoceronte; no en vano salvador dalí planteaba esta metáfora para señalar la trascendencia de lo bello y lo sublime, su transcurso y devenir. sólo el canibalismo nos une. socialmente. económicamente. filosóficamente. nuestra compulsión estética —balanceando los cánones de la barbarie, construyendo belleza y descoyuntando lo sublime— y nuestro pensamiento completo, pasan por la experiencia de la mutación del culo, el culo que caga tosiendo babaza y haciendo de tripas corazón en la interpelación del otro y en la interpolación del uno mismo, y otro también; abono para el suelo, cagajón que volvería sin remedio a la propia boca de quien lo parió gracias al ilimitado conjunto de variaciones en torno al ejercicio de comer mierda para salvar la vida, o mejor aún, para perderla repitiendo el gesto repetido, repelido y reperido, expedido y expirado a lo largo y ancho del territorio óntico; aunque comer y hacer comer mierda sean estrategias militares de vida; hacer comer mierda al que se ha de masacrar como última comunión con quien la prodiga entre puteos de necrosanta autoridad, pedagogía trascendental, en últimas, del que mata como única forma de dar la cara al otro, aunque sea la cara de culo: forma ex(sa)cræmental de comunión, y puente entre la vida pedestre y el ensueño del más de para allá, transfiguración del que mata en verdadero sacrificado, o acaso ¿no es sacrificio el quedarse atado a este infame aquí y ahora atiborrado de comemierdas, mientras aquel que murió se libera de su pestilente cascarón terrenal en pos de un más allá en el que dios sí da la cara? claro que es sacrificio, heroísmo y voluntad de servicio, ¡quedarse aquí y al tiempo facilitar al otro la barca para cruzar leteo! se precisarían mejores canales de tv para garantizar el olvido y el recuerdo de tanto dolor, para convertir en aletheia el paso de los días a secas y las noches blancas… lo principal aquí, en esta suerte de embellecimiento televisivo, sería hacer perder, para luego reencontrar, la conciencia del hecho ineludible y nunca aceptado; esto es, que la estrategia alienígena fue preparada por nosotros mismos, diseñada por cada una de nuestras impropias subjetividades que se negaban a aceptar su innata condición de otros extraterrestres invasores de una tierra ajena, de un planeta extraño, de un lugar que eludía la comunión con nosotros como eludía la boca el consumo de mierda al saberse no primera sino última e inminente llamada al tren celestial siempre extraviado en cualquier platanera de por el camino, de un espacio ya ocupado por otros extraterrestres tan ajenos como uno que sólo podían pensar como uno en la direccionalidad del desalojo a punta de motosierra, machete, cilindro y cagajón, y que, para hacer menos aburrido el juego decapitatorio de imposibilidad testimonial, jugaban a la obra de arte para hacer hablar al cadáver, al miembro cortado, al órgano extirpado; callar al otro como otro para que sea otro como cosa porque se venga uno de la maldad produciendo su caricatura, que le quita la realidad sin aniquilarla; se conjuran las malas potencias llenando el mundo de ídolos que tienen bocas, pero que ya no hablan más. nada más allá del ritual de objetualización decorativista, porque esta belleza tendría que hablar, tendría, como corresponde a todo arte realmente revolucionario, que subvertir la bolsa de valores de la vida —hacer hablar y caminar a las estatuas, tal como lo reclama émmanuel lévinas—, y sólo habría subversión si ésta fuera su directo oponente, brother: el arte por el arte, la vida por la vida, la muerte por morir. esto es, hermano, ponerse en cuestión para cuestionar al otro, que, habiéndose puesto en cuestión, podría cuestionar a y ser cuestionado por quien lo cuestiona, cargando la cuestión a cuestas, asumiendo la forma de un careo que no podría tener lugar si uno de los dos carentes faltara; en este caso particular, entonces, la estrategia consistirá en ir saturando el mercado hasta el punto en que los objetos–muertos / exvivos–excarentes valgan naranjas, sean ripio, caca, leña en el monte. poner sobre la mesa la otra verdad, la única necesaria para que la empresa de la masacre culmine forever será el ideal ¿y cuál verdad, pues, aguanta este derroche de brutalidad, este carnivanalesco festajo?::::::::::::: que la vida no vale nada, tal y como cantaba josé alfredo jiménez, y que si la vida no vale nada, si la vida de nadie vale nada, si mi vida ni nuestra vida ni la de ellos vale, entonces tampoco vale nada el hecho de disponer de esas vidas —en la medida en que no estaría capitalizándose habría que olvidar el negocio, tal como se olvidan las monedas de cincuenta en los bolsillos de las chaquetas viejas—. sin posibilidad capitalizadora no valdría más la pena metérsele a ese bisnes, y por ende, el pánico y la diarrea de la caída de las acciones ya no habrá de aparecer, porque el sac de cul se habrá roto y ninguna acaparación podrá volver a tener lugar, y el camino utilizado en la huida para nunca más regresar en la forma actual por los pagos de este guayakill, centro del mundo, y como el resto, perdido y nunca posible de reencontrar, habrá de tornarse en retozona estancia para adyacer día a día vivos y muertos como parceros a lo bien, o sea sin parcela, viendo la cercanía nunca alcanzada de lo paradisíaco, para cuya especulación se construyó toda la teoría y las prácticas de este arte del exabrupto y la vileza por la que ahora hemos retornado, despojados y performistas del potlacht de ir poniendo entre ceja y ceja el entredicho de la impropiedad de las cabezas que fueron sembradas como patatas o como bombas quiebrapa(ta)tas en pretéritas gestas de otros derroches supuestamente bien intencionados, ya que permitieron la transacción por la que ahora lo único explosivo es el corazón que puso en cuestión nuestro antaño latifundismo psicológico y el colonialismo inerte y la propiedad ilusoria sobre los discursos que se veían en fuera de lugar cada vez que el machete delineaba el cuello de la franela del que aparecía colgado de un árbol o tirado en un potrero; cada vez que al pisar la tierra nos veíamos salpicados del lodo de la explosión, del destino del siempre roto neo nuevo reino de granada de fragmentación. reino edénico roto, trizado, trillado hasta ser arena, vacío, desierto, tiempo, tiempo, tiempo… tiempo donde cien anos de soledad, en el sentido lévinasiano del término, merecerían una y mil oportunidades más sobre la faz de la arena.
Víctor Albarracín Llanos