Lonesome Traveler
Otto Berchem
Cali, oct. - dic. 2017
Nuestro artista, como casi todos los artistas, es un viajero constante. Expone aquí y allá, y cada vez lleva con él una serie de objetos, “discursivos” – dicen los entendidos, aquellos que conocen bien su obra y todos los vericuetos de su lenguaje plástico. A pesar de haber hecho carrera en el mundo del arte globalizado y haber consolidado un lenguaje propio que le permite cierta interlocución con estos expertos, también globalizados, siempre le han preocupado los niveles de recordación dentro del mundillo del arte.
Hasta ahora tiene la ventaja que los expertos lo tienen identificado, además de que se encuentra con ellos en muchas partes del mundo, en las inauguraciones de las exposiciones en las que participa, obviamente. Sin embargo, no es precisamente un animal social, es más bien tímido y retraído, un solitario. Aunque va a sus propias inauguraciones, suele pasarlas solo, mirando no más, limitando al máximo la interacción con los demás y cuando una de las caras conocidas lo saluda su interlocución verbal es más bien escasa, por lo que los poderosos del arte no lo consideran parte del grupo de artistas amigos, que se apoyan en las buenas y en las malas. Es simplemente un artista cuya obra los ha inquietado, hasta ahora. Y por eso lo recuerdan, a su obra al menos. Claramente no puede contar con que en el futuro recordaran su obra a través de él, pues como persona está lejos de ser memorable y su única esperanza para no desaparecer del circuito global del arte es que su obra mantenga vivo su nombre. Que su obra sea memorable, en el tiempo o en el día a día.
¿Cómo lograr que su obra se mantenga memorable en estos días de corta memoria?, es una pregunta que persigue a nuestro artista cada vez que se dispone a crear algo nuevo para la siguiente bienal del calendario artístico global. Cierta complejidad en el lenguaje visual y/o en el discurso y la consabida dificultad de interpretación que viene con ello es sine qua non para mantener la atención del mundo del arte, piensa él. Lo mínimo es desafiar al espectador para que, en su esfuerzo de asir lo que acaba de ver, tenga que pensar sobre ello más que el tiempo que le tomó verlo, llevarse la inquietud a la casa, hacer horas extras elaborando la idea que le sugirió la obra. Ningún agente globalizado (y gran experto) del arte podría recordar una obra que vio el mes pasado –entre cientos más que fueron parte de su travesía artística- si la comunicación fue tan directa que con el soslayo de su mirada pudo desnudarla por completo.
¿Cómo mantener el interés de estos expertos que ven su obra una y otra vez en todos los recodos del mundo? No sólo el ver y rever sus piezas (recientes o no) una y otra vez los ha hecho duchos en su obra y con ello, con cada nueva ocasión se pierde esa opacidad esencial para alcanzar algún nivel de recordación adicional. Complejizar aún más su lenguaje visual podría ser contraproducente, ya que de por sí está en el limite de lo críptico y de llevar esta complejidad más allá correría el riesgo de quedarse hablando solo. Igualmente, no es precisamente un intelectual así que, sería una opción fútil intentar actualizar su discurso a alguna de las tendencias de moda sin enredarse solo y clavarse el puñal.
La estrategia que le resta a nuestro artista para no ser olvidado, víctima de la imparable renovación artística, donde los artistas aparecen y desaparecen todos los días, es mantener a toda costa el diálogo que ya logró establecer con, al menos, parte de la élite globalizada del arte. Pero, sabe que no puede contar con sus habilidades sociales, ni mucho menos por siempre con el misterio en su obra que seduce a los expertos. Sin embargo, hasta ahora él y su obra siguen viajando y la élite globalizada del arte también, y siguen encontrándose frecuentemente con su obra en los más insólitos rincones del mundo. Así pues, siendo él y ellos viajeros incansables, lo propio será concentrarse en esta condición compartida. Ni él ni su obra cambiarán. Él seguirá siendo el mismo viajero solitario de siempre, una especie de hobo del arte, y de ahora en adelante en cada nueva pieza dejará un mensaje cifrado, una suerte de comentario o advertencia relativa al lugar donde exponga, que sólo los demás hobos del mundillo del arte entenderán. Al fin y al cabo los hobos del arte son la esencia misma de la escena artística, los que importan y silenciosamente detienen el poder. Los socialites del arte nunca serán más que eso, pero, si llegasen a más, el artista les deja la superficie.
Juan Sebastián Ramírez