Son las aguas las que hacen la ciudad
En 2014, el artista pereirano Gustavo Toro recorrió la costa ecuatoriana observando cómo sus habitantes resolvían las necesidades básicas de habitación y sustento. Al cruzar ambas prácticas culturales notó que en algunos casos resultaban incompatibles: las condiciones del terreno llevaban a que el cultivo de una tierra sumamente fértil amenazara la estabilidad de las construcciones aledañas.
En sus recorridos, Toro encontró que el poblado de Babahoyo confirmaba este axioma y decidió representarlo en la obra Son las aguas las que hacen la ciudad. Tomó fotografías y construyó un grupo de estructuras replicando los procedimientos estéticos y arquitectónicos predominantes en el lugar. Con el rigor geométrico propio de varios de sus proyectos, Toro construyó bloques de tierra poco consolidados, en algunos casos pintados con franjas de color o sostenidos por tablones de madera intervenidos con el mismo patrón cromático. Los cimientos a la vista permitían que se percibiera en ellos el paso del tiempo: sobre unos se veía crecer vegetación, otros se desmoronaban.
Esta decisión daba cuenta de la inestabilidad estructural de las construcciones de muchos de los habitantes de comunidades ubicadas en lugares escogidos más por necesidad que por viabilidad. Fue una intuición que resultó terriblemente confirmada dos años después: en 2016 la población sufrió las consecuencias de un fuerte terremoto. Sin quererlo, su obra pasó a convertirse en un documento inesperado de la lucha de la especie por separar uso funcional de naturaleza.
Fuente: AÚN – 44 Salón Nacional de Artistas (catálogo) (p. 156). 2016. Ministerio de Cultura: Bogotá, Colombia. ISBN: 978-958-753-245-6