La condición de los suelos

Gustavo Toro
Cali, feb. - mar. 2018

Tropiezos

A primera vista, el trabajo de Gustavo Toro no parecería tener resonancias políticas. Sus piezas son siempre formalmente impecables, de factura simple, sin adornos, sin curvas ni arandelas. Sus objetos parecerían buscar ese punto en el que ya no pueden ser privados de nada más. De alguna manera, la avaricia de la forma podría definir lo que Toro hace. Como un arquitecto minimalista, el artista se interesa por el corte limpio, por ese momento en el que la pieza se separa del mundo sin ambigüedad para revelarse como ente autónomo, como forma libre y pura. Curiosamente, esa austeridad de la forma lleva el objeto al terreno del diseño y nos pone en la encrucijada de no saber cuál es su función. ¿Para qué nos sirven sus bloques de tierra, sus pisos de cemento, sus estructuras frágiles?

Una primera respuesta a esta pregunta consistiría en aceptar que no nos sirven para nada, que son inútiles, como es inútil todo el arte. Que son trampas para el ojo y que en la timidez con que ejercen esa seducción sin adornos, los objetos nos llaman y nos separan, invitados y excluidos de su materia. En ese borde de mirar sin tocar, el espectador se siente desposeído y deseoso, estableciendo una relación canónica con el objeto artístico, esa constituida por la tensión entre el deseo y la imposibilidad.

Sin embargo, algunas piezas de Gustavo Toro resultan difíciles de ver a primera vista. Ocurre a menudo que el espectador desprevenido las pisa, se tropieza con ellas, las mancha o llega a partir las lozas de cemento que definen pequeñas extensiones de suelo. No valen las señas en el piso, las demarcaciones del galerista preocupado porque en la feria la gente no mira el piso sobre el que pisa. Algunos, distraídos por las obras en las paredes, otros por el mundo en las pantallas de sus teléfonos, terminan chocando con esa obra, limpia, austera y distante. Muchos, en el tropiezo, chocan con el objeto y no son capaces aún de reconocer que arruinaron una obra, que mancharon el producto de la labor de un artista. Sus caras expresan confusión y, quizás, algo de irritación tras comprender que un artista puso algo a nivel del suelo, algo que interrumpió la fluidez de sus pasos, algo que los trajo de vuelta a la consciencia de un espacio que se creería seguro. El arte es para las paredes, parecerían decir en silencio antes de disculparse por su torpeza.

Los suelos de Gustavo Toro funcionan muy bien para señalar la necesidad de prestar atención a nuestros pasos, para preguntarnos qué son esos recortes de piso que se levantan ligeramente, que entorpecen la extensión de las superficies. Nunca planos, estos suelos nos permiten, si nos agachamos, ver también lo que hay debajo, nos recuerdan que el terreno tiene capas, que hay unos estratos silenciados en nuestra comprensión del espacio. Toro señala el lugar, lo demarca, nos habla de la posibilidad de una pequeña extensión de tierra que interrumpe el latifundio.

Las operaciones de Toro plantean una serie de metáforas que, aún construidas de un modo inconsciente, señalan no ya la avaricia de la forma depurada por el arquitecto minimalista, sino el contacto con la tierra, el deseo de posesión, la búsqueda de ruptura. Nos dicen que alguien intenta acceder a la tierra, aunque solo pueda hacerlo a través de un cubo situado en un museo o en una galería, que alguien busca un metro cuadrado de suelo irregular para simplemente estar. La condición de los suelos nos dice, tal vez, siguiendo la sentencia situacionista, que “bajo el pavimento está la playa” y que, solo tal vez, nosotros, espectadores seducidos y mantenidos a raya, necesitamos de aquellos que se tropiezan, desconociendo la naturaleza prístina de la obra de arte, para reconocer los estratos sobre los que nos movemos.

 

Víctor Albarracín Llanos

Créditos

Exposición
La condición de los suelos

Fechas
Febrero 8 – Marzo 18, 2018

Lugar
(bis) | oficina de proyectos
Calle 23 Norte 6AN-17, oficina 412
Cali, Colombia

Artista
Gustavo Toro

Escritor
Victor Albarracín Llanos